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El mundo conoce a un fenómeno: Pelé

Brasil había dicho presente en los cinco mundiales que antecedieron al de Suecia y en cada uno de ellos se había quedado con el saldo de la frustración de no poder gritar campeón. La gloria se le negaba en cuartos de final (1954), semifinal (1938) o directamente en el cotejo definitorio (1950).

Con esos antecedentes, pero con sed de revancha, llegó a la edición 1958. El comienzo fue alentador, venciendo a Austria 3-0 (Altafini 2, Nilton Santos), pero una pequeña luz de alerta se encendió al igualar en cero con Inglaterra. No porque no se pudiera empatar ante otro candidato, sino por el rendimiento del equipo y su carencia de ocasiones de gol.

En la fecha final debía enfrentar a Unión Soviética que también sumaba 3 puntos, mientras que los ingleses tenían 2. El panorama podía complicarse en esa jornada decisiva y por eso el entrenador decidió el ingreso de dos jóvenes que estaban entre los suplentes: Garrincha y Pelé. La actuación de ambos fue asombrosa y brillante y en ellos se apuntaló el equipo que se impuso 2-0 con goles de Vavá.

En cuartos de final esperaba el sorprendente Gales, que había dejado en el camino en el grupo (en match desempate) a Hungría, último subcampeón. El partido fue muy parejo y se destrabó gracias a una genialidad de Pelé, que en aquella tarde del 19 de junio en Gotenburgo. Marcó su primer gol en la historia de los Mundiales en gran maniobra personal, al recibir en el punto penal y con pequeño toque en el aire, dejó en el camino a un zaguero y tras rozar apenas el césped, sacar un esquinado remate que le dio la victoria por la mínima a su país.

Francia era el adversario en la semifinal. Un equipo de enorme potencia de ataque, a partir del talento de Raymond Kopa y la inmensa capacidad goleadora de Just Fontaine. Apenas con 120 segundos jugados, Vavá abrió el marcador, pero a los 9 igualó el implacable Fontaine (a la postre el máximo artillero del torneo). Cuando el primer tiempo estaba en los tramos finales, Díd puso el 2-1 con un golazo al ángulo. A partir de allí, Brasil fue una ráfaga ofensiva incontenible, con un Pelé extraordinario, autor de tres goles, dos de ellos tras desbordes y centros de Garrincha. El score final de 5-2 dejó un recuerdo imborrable

Con toda esa magia y contundencia llegó a la final el 29 de junio, contra la selección local, que había dejado en el camino a Unión Soviética en cuartos y a Alemania Federal en semifinales. Y los suecos pegaron de arranque con un tanto de Niedholm a los cuatro minutos. Brasil no se desesperó. Siguió tocando y poniendo la pelota contra el suelo, con una filosofía inalterable. Así fueron llegando los goles, uno tras otro: Vavá a los 9 y 32, Pelé a los 55 y Zagallo a los 68 para ir acercándose a la gloria. Simonsson descontó a los 80, pero Pelé en el instante final puso la chapa de 5-2 con un cabezazo por sobre el arquero.

Las imágenes de la consagración llevan 60 años recorriendo el universo. Ese jovencito de 17 años que había cautivado al mundo, llorando en los brazos del experimentado arquero Gilmar y Brasil dando la vuelta olímpica con la copa Jules Rimet. Esa misma que 12 años más tarde sería eternamente de su propiedad, en el cierre de la historia mundialista de Pelé. El chico ya era un hombre de 30 años en México, y que ya se había instalado en la leyenda.

 

 

 

Eduardo Bolaños

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