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Entre la arepa, el taco y la chipa, Colombia y Paraguay se juegan la Copa América

Allá uno grita "¡véngase y pruebe esta arepa colombiana!", y otro reclama la atención de los periodistas pregonando las virtudes de sus tacos al pastor, mientras en un rincón una doña regala sonrisas y hornea unas chipas que alebrestran los sentidos.

Allá uno grita "¡véngase y pruebe esta arepa colombiana!", y otro reclama la atención de los periodistas pregonando las virtudes de sus tacos al pastor, mientras en un rincón una doña regala sonrisas y hornea unas chipas que alebrestran los sentidos.

La Copa América Centenario se disputa fuera de los estadios entre aromas y música.

Para el partido que sostendrán en una horas las selecciones de Colombia y Paraguay en el estadio Rose Bowl de Pasadena (California), miles de aficionados se apuestan en las afueras del recinto para festejar por adelantando las hazañas de sus equipos y jugadores preferidos.

Es usual en los eventos deportivos en Estados Unidos que los aficionados se tomen los parqueos de los estadios para las celebraciones previas, en las que no faltan los asados, las hamburguesas, platos típicos, la cerveza, la música, y la alegría de poder disfrutar de una jornada relajante.

Los organizadores del Rose Bowl de Pasadena le han sacado partido a la tradición, y por 60 dólares han rentado espacios sobre césped, a un costado del estadio.

Allá una familia colombiana alista sus arepas en espera de que se ase al carbón un jugoso pedazo de sobrebarriga, a la que después bañarán en una salsa de tomate, cebolla, pimentón y cilantro. Y a su lado, unos jóvenes de Santa Mónica, dorados, rubios y atléticos como todos los surfistas, le dan vuelta a las hamburguesas, y destapan con ruidoso júbilo latas y más latas de cervezas.

Apenas a unos pasos de distancia, dos matrimonios paraguayos disfrutan calmadamente de unas chipas, cocinadas en casa por Doña Antonia, que las hizo "desde tempranito en la mañana" allá, en su casa de Rancho Cucamonga, al este de Pasadena.

Chipas paraguayas

"La chipa es una comida típica de mi país. Venga y disfrute una, periodista", dice Antonia, mientras su esposo Aldo Erra se adelanta y las va sirviendo en un plato de cartón.

Con cada bocado de algo que parece un pan pequeño, viene la explicación de Antonia.

"La chipa se elabora con almidón de mandioca, queso duro, leche, huevos, manteca y sal. Yo le añado un poco de levadura, jugo de naranja y aceite de girasol. Y me gusta acompañarla con esta carnecita, pruebe, pruebe para que usted vea", recita la señora, mientras uno trata de bajar el plato con sorbos de cerveza.

Y mientras los olores asaltan los sentidos, la música los enaltece. Cumbias, vallenatos, salsa, hip hop y hasta una polka salida del puesto de la familia Erra, han convertido el parqueo en una Torre de Babel.

Un periodista se da gusto el atrapando la sensualidad de unas chicas colombianas bailando con una pieza del Grupo Niche.

 "Vale la pena pagar esta plata por el parking, porque estamos a unos pasos del estadio y podemos hacer nuestros barbacoas mientras bailamos y compartimos", dice Rosano Ulloa, nativo de Cúcuta, pero residente en Oakland desde hace dos décadas.

Los Ulloa y sus amigos, 23 en total, se rentaron un bus para alentar a su selección. Lamentan no poder ver a James Rodriguez, pero más lamentan la lesión de hombro que sufre.

"Sólo queda echarle buena vibra para que se recupere. Colombia lo necesita para ganar la Copa", explica Roberto, con su Sombrero Vueltiao, ese que parece un tiro al blanco, y que se hizo popular cuando el ex boxeador colombiano Migue 'Happy' Lora lo paseó por todo el mundo al coronarse campeón mundial peso gallo en 1985.

Como colados en este baile loco de disfraces, otro familión con playeras del Tricolor mexicano, disfruta de la tarde, mientras sus miembros dividen sus afectos entre Colombia y Paraguay.

"Mi cuñado es colombiano, y con tal que viniéramos a apoyar a la selección, nos pagó las entradas. Pero tenemos tiquetes para el jueves, cuando juega el Tri", explica Isidoro Bravo, mexicano residente en San Bernardino.

Su esposa, Amalia, se afana en un comal, preparando lo necesario para la taquiza familiar.

"Pruebe, pruebe este taquito al pastor periodista", y uno no tiene más remedio que satisfacer la petición, mientras sus entrevistados lo miran expectantes, y se ríen cuando un poco de salsa va a parar sobre la credencial de Copa América.

 

 

 

 

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